Ladislao Rodríguez Galán
Cinco son
los sentidos del ser humano, todos imprescindibles, pero uno de los que nos
produce más satisfacciones es, sin duda, el de la vista. Contemplar los colores,
los paisajes, la luz y escudriñar en la
penumbra y las tinieblas nos fascina sobremanera. Todo es cuestión de ver, pero
para ver bien hay que saber mirar. Últimamente se han creado y organizado
grupos para observar y contemplar regalos que nos hace la madre naturaleza sin
regatearnos detalles: puestas de sol, cráteres de la luna, aves, eclipses.. y
más reciente está de moda observar las estrellas, para lo que se han
identificado puntos de observación idóneos en los Pedroches y otras zonas
lumínicas de excepción a lo largo de
nuestra provincia. Pero si
quiere observar una joya que se está muriendo (la están dejando morir
lentamente) como es el molino de la Albolafia, dese prisa porque cuando explote
en toda su intensidad la primavera volverá a estar embutida en hojas y ramas y
casi desaparecida de la vista y del paisaje del que forma parte desde hace
varios siglos.
Este emblemático molino conocido también
como rueda de la Albolafia, es
un molino hidráulico que se encuentra a la orilla del
Guadalquivir, entre el puente
romano y el
Alcázar de los Reyes Cristianos. Es el molino de mayor antigüedad de los
existentes a lo largo del cauce del rio a su paso por la ciudad y da nombre a
los sotos de la Albolaifa", su entorno natural invadido ahora por un
bosque de árboles.
El origen
del molino de la Albolafia se remonta a la dominación romana, aunque ha sufrido
importantes restauraciones a través de la historia. La última, que ha llegado
hasta nuestros días, corresponde a la realizada en el siglo IX por el Califa Abderramán II. Está tan incrustado en la ciudad que su noria
aparece en el escudo local desde el siglo XIV. Fue declarado bien de
Interés Cultural en el año
2009. Según cuenta la historia una vez que Córdoba fue conquistada al imperio
musulmán por Fernando
III de Castilla (1236) el monarca ordenó la
entrega de las ruedas de moler del molino de esta manera: una al obispo de Cuenca, otra a Tello Alfonso y las dos
últimas a Alfonso Téllez, por lo que pasó a llamarse molino de don Tello.
La misión
primitiva de este molino consistía en suministrar agua para regar las huertas
del Alcázar, aunque posteriormente se utilizó como molino harinero. Era un
molino de gran categoría, pues en los siglos XIV y XV tuvo cinco ruedas de
moler, dos de ellas propiedad de la iglesia mayor y las otras pertenecientes a
señores de la ciudad.
Cuando en 1492 los Reyes Católicos Isabel y
Fernando se hospedan en el Alcázar para dirigir desde más cerca la toma del
reino nazarí de Granada, la reina agobiada por el enorme ruido que hacía la
noria ordenó desmantelarla.
Tras ser
desamortizado en 1855, y pasar a propiedad privada, en 1914 por una deuda que
tenían contraída con hacienda sus propietarios, el molino fue embargado por el Estado. En la década de los sesenta
del siglo pasado, gracias a las gestiones del alcalde Antonio Cruz Conde fue
cedido al Ayuntamiento de Córdoba. Debido a su total abandono (casi como hoy)
se encargó su restauración al afamado arquitecto Félix Hernández, que ya estaba enfrascado en restaurar la Mezquita y Medina
Azahara, entre otros monumentos de gran valía. Hernández restauró la gran noria
volviéndola a poner en funcionamiento colocándole las vasijas que recogían agua
del cauce, la misma labor que había desarrollado el molino desde hace
siglos. Tras unos años de esplendor, este
histórico monumento volvió a caer en abandono y desgracia, hasta que unos
vándalos (1992) prendieron fuego a las maderas de la noria y se hubo de
intervenir de urgencia. Se reconstruyó la noria y se aprovecharon las obras
para excavar la base del molino y dejar al descubierto los canales de paso de
agua. Hoy, ocupado por
una colonia de gatos, y sumido en total abandono, necesita de nuevo una urgente
intervención para evitar su total destrucción.
Pero
recuerde, si quiere observar este monumento cordobés amarrado a la historia de
Córdoba desde siglos, dese una vuelta por la ribera y adelántese a la
primavera. Después será demasiado tarde.
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