martes, 5 de octubre de 2021

 

DÍA DE SAN FRANCISCO

 

 



        José Javier Rodríguez Alcaide

       ex presidente del Colegio de Veterinarios de Córdoba



Se celebraba el acto del patrón de los veterinarios, San Francisco de Asís, amigo de los animales, en la sede de la organización colegial de Córdoba. Estaba el salón de actos ocupado por veterinarios jubilados, activos y recién colegiados.



Al entrar observé la galería de quienes fueron presidentes de este Colegio Oficial. En esa más que centenaria 
galería todos los presidentes habían ya fallecido excepto Julio Tomás Díaz de la Cuesta y yo. 
El último presidente en esta galería, Antonio Amorrich Hellín, más joven que Julio y yo, había fallecido este año.

 

Con toda solemnidad en este acto se entregó la medalla al mérito colegial y a título póstumo a José Maria Urbano Molina, quien formó parte de varias juntas de gobierno y fue vocal de la junta que me cupo el honor de presidir. También se entregó, a título póstumo, el de colegiado de honor al catedrático de la Facultad de Veterinaria Antonio Miranda García.

  

De golpe me encontré con la muerte reciente de estos tres compañeros citados.


Percibí que nuestro ser no se agota en la temporalidad sino que es un ser para lo eterno. Esa es la razón de la galería de retratos de presidentes y esa eternidad ha sido el motor para la concesión de la medalla al mérito colegial y la de colegiado de honor a un veterinario no colegiado, tras sus fallecimientos.

Sentí cómo se supera la diferencia entre ese instante y la duración de esos momentos colegiados. La entrega de esos reconocimientos a nuestro compañeros veterinarios fue un intermedio entre tiempo y eternidad. Tuvieron los dos un principio y no tendrán un fin tras esos perpetuos recuerdos.

Al observar cómo cada hijo recibía el correspondiente reconocimiento del Colegio, a título póstumo, comprendí que la preocupación por la temporalidad no es en modo alguno el sentido último del ser porque el ser temporal en esos momentos se llenó de lo eterno. Para todos y, especialmente, para sus hijos nuestros dos compañeros volvían a la vida y no desde la muerte.

 ¿ Dónde están ahora nuestros dos compañeros ?

¿ Dónde está lo que hacía de ellos que los dos vivieran intensamente ?

Está en nuestros corazones y los hemos recordado como vencedores con majestuosa calma y profunda paz.


Aquel dolor de su pérdida no se reflejaba en los ojos de sus respectivos hijos al recoger los honores póstumos porque ese dolor quedó en segundo plano tras la grandeza de lo acontecido.

Su fin no les llegó cuando desaparecieron sus moradas terrenales porque sus metas están en Dios, que mueve todo cuanto es amado y ese amor de sus compañeros se escenificó en este acto colegial de San Francisco.

El alma de José y Antonio, como la de Amorrich, es de naturaleza independiente a sus cuerpos y no murió con ellos.

Públicamente hemos recordado a dos de ellos en este año pero yo incluí en mi recuerdo, también, a Antonio Amorrich Hellín, también vocal de la junta de gobierno que yo presidí, porque sus almas son inmortales, pues de no ser así no tendría sentido entregarles después de muertos un reconocimiento.

Sus almas son reales y no son nuevas ideas y su inmortalidad también es real con independencia de que algunos así no lo postulen.

Si no fuesen reales no tendría sentido que el Colegio Oficial de Veterinarios de Córdoba y a título póstumo nos haya recordado lo que hicieron ni que los hijos se alegren y recojan estos méritos.

Existen sus almas en la eternidad.Pues ese recuerdo colegial será imperecedero.

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