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martes, 29 de agosto de 2023

 


La glosa sobre "Manolete" que realizó el insigne veterinario y escritor José Luis Prieto Garrido fue una lección magistral con una profundidad y conocimiento de la tauromaquia que no hemos querido que pase desapercibida para aquellos que no pudieron estar entre más del centenar de gente de bien que se reunieron en torno al ídolo caído en fecha tan señalada y triste como es, cada año, el 28 de agosto para la historia del toreo y para los cordobeses en general. Disfrútenla.

Texto: José Luis Prieto Garrido

Un día como hoy de hace 76 años, en la Plaza de Toros de Linares, un toro, “Islero”, de la ganadería de don Eduardo Miura, sesgó la vida de Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, “Manolete”, torero prodigioso, arquitecto de la faena de muleta moderna, con muletazos ligados en redondo, en series de intensa reunión.


Encarnó el mito del torero para todos los aficionados y para los que no lo son, para los españoles y para todos los habitantes de los países del toro. Su fama atravesó las fronteras de un planeta en guerra y más de siete décadas de olvido sin olvidarle.

Manolete, es paradigma de héroe. De ese héroe silencioso, natural, ejemplar sin querer serlo, majestuoso sin pretenderlo, inconsciente de su diferencia. Con Manolete se rompió el molde porque no se parecía a nadie. Su porte, un ciprés seco. Su rostro, un triángulo egipcio. Su mirada, triste, inteligente, de predestinado. Una quietud impávida ante el toro. Y un andar calmo al salir de la suerte.

   El lenguaje popular es de una exactitud sorprendente. A Belmonte le llamaron “Terremoto”, porque destruyó los cimientos del toreo y fundaría otros. 

A Manolete le dijeron “Monstruo”, porque sobre la base belmontina de parar, templar y mandar, extremó la utopía de Rafael “El Gallo”, de ligar el toreo en redondo hasta el punto de llevarlo a un extremo inimaginable, una monstruosidad: permanecer acoplado a las embestidas del toro mediante un toreo en espiral asfixiante, algo inédito, inconcebible.

   Manolete da una respuesta exacta al toro de su tiempo. Debe llegarle muy cerca, a la cara, porque sus embestidas son, por lo general, cortas y poco humilladas. 

Pára el toreo natural, ya sea con la derecha o con la izquierda, cita en corto y con la muleta algo retrasada, de manera que la breve y poco entregada embestida, llegue hasta el remate del muletazo.

   Esa proximidad del cite enciende la emoción, y la prolonga el ceñimiento de la embestida al cuerpo del torero, quien al final del pase gira sobre sí mismo permaneciendo en su sitio o ganando un paso, siempre dentro de la suerte, para que la emoción conmocione, y el toro, viendo accesible la presa, persevere en su acoso.

Los pases, aunque de reducido y angustioso fraseo, se convertirán en versos cortos e intensos, y ligados, construirán las estrofas de una faena poemática cuyo final intenso se rubrica con una mortal fusión del torero y toro en la catártica suerte suprema que, por lo general, libera al torero de la muerte prometida por el toro en cada pase, o lo hiere o lo mata, como le sucedió a Manolete en Linares cuando estoqueaba a “Islero”.

   La faena manoletista tiene dos lecturas, una poética y otra taurómaca.

 La poética manoletista se funda en un acople estoico,   sostenido, el estar del torero y el toro fundidos en el toreo   ligado en redondo, expresión viva de la armonía, una   apariencia de acuerdo inaudito, irreal (hasta Manolete casi   irrealizable), entre agresividad animal y la razón humana;   una armonía contra natura, el acuerdo de la violencia que   embiste y la cadencia que torea, la dilatada conjunción que   desemboca en un éxtasis sucedido al borde del abismo: la   cornada presentida en cada pase, la muerte prometida en       cada  cite.

   Así es el arte de lo sublime: la armonía del miedo y el valor humano unido a la desazón del animal y su bravura.

La segunda lectura, la taurómaca, funde las reglas de la tauromaquia con la dicción estética del toreo. La tauromaquia se basa en el encuentro de dos líneas, una vertical, el torero, y otra horizontal, el toro. La primera manda, la segunda lucha. Y cuando la embestida recta del toro se hace curva porque se lo ordena el mando del torero, empieza la faena manoletista.

   Con la faena llega la unión, esa difícil fusión entre un torero poderoso y un toro pronto, de bravura no rematada, que exige al diestro una superior entrega: la distancia corta, la colocación casi encima del pitón, la muleta presentada con desnuda sinceridad, dejando que el toro elija, si el torero o el engaño. Hay mucha verdad en el toreo perfilado de Manolete.

   Nunca remata las series por alto, con el obligado pase de pecho que supondría un respiro para el torero, para el toro y para el público. Es como si quisiera que la llama de la emoción no se apague y siga ardiendo. De modo que las enlaza mediante un nexo de unión que puede ser la trinchera o un molinete con la izquierda, y solo, cuando el animal ha entregado toda su bravura y no admite un muletazo más por bajo, llega la parte final de la faena, otra vez por alto, mediante manoletinas que emocionan por su ceñimiento y que alivian al toro, el cual deja de humillar, con el cuello descolgado preparado para la estocada, el momento más letal para el torero.

A partir de Manolete, todos los toreros, con mayor o menor variedad de repertorio, cumplieron la narrativa manoletista: “No hay faena si no hay toreo ligado en redondo, seriado en tandas que son el colofón de la faena”

   Su cogida en Linares lo mitificó. La fama de ningún torero nunca ha vencido al tiempo durante tanto tiempo, y estamos ya en el siglo XXI.

  "Manolete" hoy es más famoso que todos los toreros más reconocidos del presente.


 

       

 

 

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