DE COMO
FRANCISCO MONTES “PAQUIRO” MATÓ AL TORO NAPOLEÓN
José Luis Prieto Garrido - Veterinario
Si a
alguien hemos de agradecer la grandiosidad que hoy en día tiene la Fiesta de
los Toros, es a Francisco Montes Reina “Paquiro” (1805-1851). Él fue quien allá
por el quinquenio de 1835 a 1840 reformó y revolucionó la tauromaquia, y quien
puso los cimientos del modelo de lidia que tenemos hoy en día. La división de
la lidia en tres tercios, hasta aspectos quizás menos trascendentes pero no por
ello menos importantes y significativos, como la manera de hacer el paseíllo,
el tocado de la montera (por su apellido, Montes), la lucidez, el colorido y el
brillo de los trajes.
“Paquiro”, antepuso el toreo de a pie al de
a caballo. Estableció los tercios de la lidia, limitando la presencia de los
picadores en el ruedo hasta la conclusión de la suerte de varas.
Con este orden de la lidia, consiguió el
evitar que todos los participantes torearan a la vez, picadores, banderilleros
y matadores, secuencia que daría brillantez al espectáculo, convirtiendo la
lucha en armonía y belleza, y la belleza en arte.
Ahondando en la hemeroteca, encuentro una
página escrita por el crítico taurino
Gautier, que me llama la atención por su contenido, porque refleja la
realidad de la lidia de la época, y, por supuesto, porque una mala tarde la
puede tener cualquier torero.
Plaza de Madrid. Año 1847. Corrida de toros
del Barbero de Utrera. Segundo toro de Francisco Montes “Paquiro”, su nombre
“Napoleón”.
Me voy a remitir a transcribir la crónica de
la época, con algunas matizaciones al respecto.
Una cosa que ocurrió durante la corrida
demostraba hasta qué extremo llevaba el público su imparcialidad en cuanto a
toros y toreros.
“La manera brusca
con que salió del chiquero un magnífico toro negro hizo que los aficionados le
consideraran como una gran cosa. Reunía todas las condiciones del toro de
lidia; astas largas y agudas, patas delgadas, nerviosas y ligeras; el cuerpo
indicaba fuerza inmensa. Por eso le habían puesto en la dehesa el nombre de
“Napoleón”, distintivo de su incontestable superioridad. Lanzóse sin vacilar
sobre el picador colocado junto a las tablas, lo derribó con el caballo, que
quedó muerto, y en seguida se arrojó sobre otro, el cual apenas tuvo tiempo de
pasar por encima de la barrera, molido del golpazo. En menos de un cuarto de
hora quedaron siete caballos despanzurrados en el suelo; los peones no le
acercaban mucho las vistosas capas, prontos siempre a saltar la barrera, y el
mismo Montes estaba intranquilo. El júbilo de los espectadores estallaba en
ruidosas aclamaciones, y todos los labios dirigían elogios a la res.
Un picador de reserva, porque los de tanda
se hallaban fuera de combate, esperaba el ataque del terrible “Napoleón”, que a
la primera embestida levantó al caballo y le hizo echar las patas delanteras
encima de las tablas, y a la segunda, lo hizo rodar con el jinete, al otro lado
de la barrera.
Estruendosos aplausos premiaron la hazaña de
la res. El toro, vencedor, daba vueltas por la plaza, libre de adversarios,
divirtiéndose en mover y levantar los cadáveres de los caballos. Al fin y al
cabo se le acercó un banderillero, clavó un par y salió a escape, no sin que el
asta le rozase el brazo y le desgarrara la manga. Entonces, a pesar de las
vociferaciones y los silbidos del público, el presidente dio la orden de matar,
contra todas las reglas tauromáquicas , las cuales disponen que a un toro se le
pongan los al menos cuatro pares de banderillas antes de ser estoqueado.
Montes, en vez de irse como de costumbre al
centro de la plaza, se puso a veinte pasos de la barrera, y sin hacer ninguna
de las monadas y habilidades que admira toda España, desplegó la muleta, llamó
al toro, le dio tres o cuatro pases y le soltó la estocada, de la cuál cayó el
toro como herido del rayo. Montes le había clavado la espada en la frente,
estocada prohibida por la tauromaquia, porque el matador debe pasar el brazo
entre los cuernos del animal y herirle entre la nuca y los hombros, lo cuál
aumenta el riesgo del hombre y da alguna ventaja a la fiera.
En cuanto el público se enteró de lo
ocurrido brotaron de la plaza chillidos de indignación, y estalló con tumulto y
estrépito inauditos, una tempestad de silbidos y de insultos. No se desahogaba bastante
el gentío con los gritos y pronto empezaron a llover sobre el matador abanicos,
sombreros, palos, jarros de agua y pedazos de banqueta …”
Evidentemente una estocada en la frente es
imposible que se lleve a efecto por razones obvias. El hueso frontal impediría
el que pasara el estoque y que rebotara en el mismo.
Yo me inclino más
porque “Paquiro” haciendo uso de una suerte de recurso, se tirara por la
espalda del toro al punto del descabello.
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